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Eventos Finales 7

MILENIO

"Mi atención se dirigió nuevamente a la tierra. Los impíos habían sido destruidos y sus cadáveres yacían sobre ella. La ira de Dios, manifestada mediante las siete plagas, se había derramado sobre los habitantes de la tierra, induciéndoles a morderse las lenguas de dolor y a maldecir a Dios. Los falsos pastores habían sido objeto especial de la ira de Jehová. Sus ojos se habían consumido en sus órbitas y sus lenguas en sus bocas mientras aún estaban de pie. Después que los santos fueron librados por la voz de Dios, los impíos encauzaron sus iras los unos contra los otros. La tierra parecía inundada de sangre y cubierta de cadáveres desde uno al otro confín.

El planeta parecía a un desolado desierto. Las ciudades y los pueblos, sacudidos por el terremoto, yacían en ruinas. Las montañas, removidas de sus lugares, habían dejado en su sitio grandes cavernas. Sobre toda la superficie de la tierra estaban esparcidos los peñascos que había lanzado el mar o que había arrojado la tierra misma. Corpulentos árboles desarraigados estaban tendidos por el suelo. Este será por mil años el hogar de Satanás y de sus ángeles malos. Allí quedará confiado para recorrer la destruida superficie de la tierra y para evaluar las consecuencias de su rebelión contra la ley de Dios. Durante mil años podrá gozar del fruto de la maldición que ha producido.

Sin poder salir de la tierra, no tendrá el privilegio de ir a otros planetas para tentar y molestar a los que no han caído. Durante ese tiempo Satanás sufrirá muchísimo. Desde la caída sus malos rasgos han estado en constante ejercicio. Pero entonces será privado de su poder y abandonado para reflexionar en el papel que ha desempeñado, y para presentir con temor y temblor su espantoso porvenir, cuando tendrá que sufrir por todo el mal que llevó a cabo y ser castigado por todos los pecados que hizo cometer.

Oí exclamaciones de triunfo de parte de los ángeles y de los santos redimidos, que resonaban como diez mil instrumentos musicales, porque ya Satanás no los molestaría ni los tentaría más, y porque los habitantes de los otros mundos habían sido librados de él y de sus tentaciones.

Después vi tronos, y vi que Jesús y los redimidos se sentaban en ellos, y que los santos reinaban como reyes y sacerdotes de Dios. Cristo, junto con su pueblo, juzgó a los impíos muertos, comparando sus acciones con el libro de estatutos, la Palabra de Dios y fallando cada caso según lo hecho en el cuerpo. Después sentenciaron a los impíos a la pena que debían sufrir de acuerdo con sus obras, la que quedó escrita frente a sus nombres en el libro de la muerte. También el diablo y sus ángeles fueron juzgados por Jesús y los santos. El castigo de Satanás debía ser mucho mayor que el de aquellos a quienes engañó. Su sufrimiento será tan grande que no se podrá establecer comparación alguna con el de ellos. Después que perezcan todos los que engañó, el enemigo continuará viviendo para sufrir por mucho tiempo más.

Cuando terminó el juicio de los impíos muertos, al final del milenio, Jesús salió de la ciudad seguido por los santos y una comitiva de ángeles. Descendió sobre una gran montaña que, tan pronto como él posó los pies en ella, se partió convirtiéndose en una dilatada llanura. Entonces alzamos los ojos y vimos la grande y hermosa ciudad con doce cimientos y doce puertas, tres en cada lado, y un ángel en cada una. Exclamamos: "¡La ciudad! ¡La gran ciudad! Está descendiendo del cielo, de Dios". Y bajó con todo su esplendor y deslumbrante gloria, y se asentó en la vasta llanura que Jesús había preparado para ella." (Historia de la redención p. 436 - 438)

DESCIENDE CIUDAD NUEVA JERUSALÉN

"Y yo, Juan, vi la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, engalanada como una novia para su esposo. Y oí una gran voz del cielo que dijo: "Ahora la morada de Dios está con los hombres, y él habitará con ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos, y será su Dios. Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. Y no habrá más muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron". (Apoc. 21: 2 - 4)

"Cristo baja sobre el Monte de los Olivos, de donde ascendió después de su resurrección, y donde los ángeles repitieron la promesa de su regreso. El profeta dice: "Vendrá Jehová mi Dios, y con él todos los santos." "Y afirmaránse sus pies en aquel día sobre el monte de las Olivas, que está frente de Jerusalem a la parte de oriente: y el monte de las Olivas, se partirá por medio . . . haciendo un muy grande valle." "Y 721 Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre." (Zacarías 14: 5, 4, 9.) La nueva Jerusalén, descendiendo del cielo en su deslumbrante esplendor, se asienta en el lugar purificado y preparado para recibirla, y Cristo, su pueblo y los ángeles, entran en la santa ciudad." (Conflicto de los Siglos 420, 421)

"SEGUNDA RESURRECCIÓN"

"Entonces Jesús, acompañado de su comitiva de ángeles y de los santos redimidos, salió de la ciudad. Los ángeles rodearon a su Comandante y lo escoltaron durante el viaje, y el cortejo de los rescatados los seguía. Después, con terrible y pavorosa majestad, el Señor llamó a los impíos muertos, que resucitaron con los mismos cuerpos débiles y enfermizos con que habían descendido al sepulcro. ¡Qué espectáculo! ¡Qué escena! En la primera resurrección todos surgieron revestidos de inmortal lozanía, pero en la segunda se veían en todos los estigmas de la maldición. Los reyes y los nobles de la tierra, los ruines y los miserables, los eruditos y los ignorantes, todos resucitaron juntos. Todos contemplaron al Hijo del hombre; y los mismos que lo despreciaron y escarnecieron, los que riñeron con corona de espinas su santa frente y lo golpearon con la caña, lo vieron entonces revestido de toda su regia majestad. Los que le escupieron el rostro en ocasión de su juicio rehuyeron entonces su penetrante mirada y el resplandor de su semblante. Los que traspasaron con clavos sus manos y sus pies vieron en ese momento las marcas de la crucifixión. Los que introdujeron la lanza en su costado vieron en su cuerpo la señal de su crueldad. Y sabían que era el mismo a quien ellos crucificaron y escarnecieron durante su agonía. Se escuchó entonces un prolongado gemido de angustia, cuando huyeron a esconderse de la presencia del Rey de reyes y Señor de señores.

Todos trataron de ocultarse tras las rocas o escudarse de la terrible gloria de Aquel a quien una vez despreciaron. Y abrumados y afligidos por su majestad y su excelsa gloria, alzaron unánimemente la voz y exclamaron con terrible claridad: "¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!"

Después Jesús y los santos ángeles, acompañados por todos los santos, regresaron a la ciudad mientras los amargos lamentos y el llanto de los impíos condenados saturaba el aire. Vi que Satanás reanudaba entonces su obra. Recorrió las filas de sus súbditos y fortaleció a los débiles diciéndoles que él y sus ángeles eran poderosos. Señaló los incontables millones que habían resucitado. Había entre ellos poderosos militares y reyes expertos en el arte de la guerra, que habían conquistado reinos. Había también gigantes fornidos y hombres valientes que nunca habían perdido una batalla. Allí estaba el soberbio y ambicioso Napoleón, cuya presencia había hecho temblar reinos. Allí había hombres de destacada estatura y digno porte que murieron en medio de la batalla sedientos de conquistas.

Al salir de la tumba reanudaron el curso de sus pensamientos donde lo había interrumpido la muerte. Conservaban el mismo afán de vencer que los había dominado cuando cayeron. Satanás consultó a sus ángeles, y después con esos reyes, conquistadores y hombres poderosos. Entonces contempló ese vasto ejército, y les dijo que los habitantes de la ciudad eran pocos y débiles, por lo que podían subir contra ella y tomarla, arrojar a sus habitantes y adueñarse de sus riquezas y su gloria.

Satanás logró engañarles, e inmediatamente todos se dispusieron para la batalla. En aquel vasto ejército había muchos hombres hábiles que construyeron toda clase de pertrechos de guerra. Entonces, con Satanás a la cabeza, la multitud se puso en marcha. Reyes y guerreros iban muy cerca de Satanás, y la multitud seguía formando grupos. Cada grupo tenía su jefe, y marchaba en orden sobre la fragmentada superficie de la tierra en dirección a la Santa Ciudad. Jesús cerró las puertas y el vasto ejército la rodeó y se dispuso para la batalla a la espera del fiero conflicto." (Historia de la redención pag. 439, 441)

ANTE EL TRIBUNAL

"Sobre el trono apareció la cruz; y como en una escena panorámica aparecieron también las escenas de la tentación y la caída de Adán, y los pasos sucesivos del gran plan de redención. El humilde nacimiento del Salvador; sus primeros años señalados por la sencillez y la obediencia; su bautismo en el Jordán; el ayuno y las tentaciones en el desierto; su ministerio público, mediante el cual presentó a la humanidad preciosas bendiciones celestiales; los días repletos, de actos de amor y misericordia; las noches de oración y vigilia en la soledad de las montañas; las maquinaciones de la envidia, el odio y la maldad con que se pagaron sus beneficios; la horrenda y misteriosa agonía del Getsemaní, bajo el peso aplastante de los pecados de todo el mundo; su traición a manos de la turba asesina; los temibles acontecimientos de aquella noche de horror: el pacífico Prisionero, abandonado hasta por sus más amados discípulos, arrastrado violentamente por las calles de Jerusalén; el Hijo de Dios presentado con voces de júbilo ante Anás, llevado al palacio del sumo sacerdote, ante el tribunal de Pilato, frente al cobarde y cruel Herodes, escarnecido, insultado, torturado y condenado a muerte todo eso apareció con nitidez.

Y entonces, delante de la agitada multitud aparecieron las escenas finales: la paciente Víctima que recorre el camino del Calvario; el Príncipe del cielo colgado de la cruz; los altivos sacerdotes y la plebe bullanguera que se burla de su agonía mortal; las tinieblas sobrenaturales; la tierra que tiembla, las rocas que se parten, las tumbas abiertas que señalan el momento cuando el Redentor del mundo entregó su vida.

El terrible espectáculo apareció exactamente como fue. Satanás, sus ángeles y sus súbditos no pudieron apartarse de la descripción de su propia obra Cada actor recordó la parte que desempeñó. Herodes, que mató a los niños inocentes de Belén para destruir al Rey de Israel; la vil Herodías, sobre cuya alma culpable reposa la sangre de Juan el Bautista; el débil Pilato, siervo de las circunstancias; los soldados burlones; los sacerdotes y gobernantes y la multitud furiosa que clamaba: "¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!" Todos consideraron la enormidad de su crimen. En vano trataron de ocultarse de la divina majestad de su rostro, más resplandeciente que el sol, mientras los redimidos depositaban sus coronas a los pies del Salvador exclamando: "¡El murió por mí!"

Entre la multitud de rescatados se encontraban los apóstoles de Cristo, el heroico Pablo, el ardoroso Pedro, el amado y amante Juan y sus fieles hermanos, y con ellos el vasto ejército de los mártires; mientras fuera de los muros, con todo lo que es vil abominable, estaban los que los persiguieron, encarcelaron y dieron muerte. Allí estaba Nerón, ese monstruo de crueldad y vicio, considerando la alegría y la exaltación de los que torturó, y en cuyas terribles aflicciones encontró deleite satánico. Su madre también estaba allí para verificar el resultado de su propia obra; para ver cómo los malos rasgos de carácter transmitidos a su hijo, las pasiones alentadas y desarrolladas por su influencia y ejemplo, dieron como fruto una cantidad de crímenes que hicieron estremecer al mundo.

Había sacerdotes y prelados, que pretendieron ser embajadores de Cristo, y que emplearon la tortura, la mazmorra y la hoguera para dominar la conciencia del pueblo de Dios. Estaban los orgullosos pontífices que se exaltaron por sobre Dios y pretendieron cambiar la ley del Altísimo. Esos pretendidos padres de la iglesia tenían una cuenta que dar ante Dios de la cual de buena gana habrían querido librarse. Demasiado tarde se dieron cuenta que el Omnisapiente es celoso de su ley, y que de ninguna manera justificará al culpable. Entonces entendieron que para Cristo los intereses de su pueblo sufriente son suyos; y experimentaron la fuerza de sus palabras: "En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis"" (Mat. 25: 40). (Historia de la redención p. 446, 447)

Dios Los Bendiga

Jair Ochoa

Ver Parte 8